La sorprendente historia de un pájaro que interpretaba la música de Mozart. En uno de su paseos, Mozart es sorprendido por el canto de un pájaro. El asunto no hubiese tenido importancia si no llega a ser porque las notas musicales que emitía el pájaro se correspondían con las de una partitura que el músico acababa de terminar.
La obra de Rousseau fue la respuesta orgánica al mecanicismo racional de Descartes. Porque para Rousseau, los asuntos del Estado se resolvían con más acierto bajo una encina, al aire libre, que en un despacho.
La relación del ser humano con la naturaleza tuvo en Rosseau a un pionero. Tanto fue así que gracias a la influencia de sus ideas, los animales de compañía se popularizaron entre las clases burguesas favorecidas por la Revolución. Con la nueva época, los animales perdieron el atributo que los identificaba con las máquinas; eran seres vivos, dotados de consciencia que sufrían y amaban, lejos de lo que pudiera pensar Descartes.
En este tiempo de cambios, llegan a Europa animales de todos los continentes, siendo los pájaros cantores los más vendidos en las tiendas de mascotas. No había salón burgués que no estuviese animado por el canto exótico de algún pájaro traído desde la otra cara del mundo. Con todo, cabe destacar que las jaulas donde se presentaban eran celdas con mucho adorno. De esta manera, los pájaros lucían en los citados salones. Y esto es algo que podemos señalar como una deformación del espíritu ecológico inspirado por Rousseau. Sin duda.
Ahora sigamos con Mozart, pues será en una de aquellas tiendas de la calle más comercial de Viena -la Grabenstrasse- cuando al músico le sorprenda el canto de un pájaro con un allegretto. El asunto no hubiese tenido importancia si no llega a ser porque, esas mismas notas musicales que el pájaro emitía, eran las de una partitura que Mozart acababa de componer y que aún no había hecho pública. No la conocía nadie más que él.
Con ello, el asunto alcanzaba un territorio que iba más allá de lo sorprendente y Mozart sintió el escalofrío. Al final, el músico compró el pájaro, un estornino al que bautizó como Star según nos cuenta la ornitóloga norteamericana Lyanda Lynn Haupt en un entretenido libro titulado El estornino de Mozart de reciente publicación en Capitán Swing. Se trata de un trabajo de lectura ágil donde se alternan las anécdotas históricas con el testimonio; un libro en el que Lyanda Lynn Haupt nos va contando la relación con su estornino a partir de la relación que mantuvo Mozart con el suyo.
Pero volviendo a la historia del principio, a la de Mozart sorprendido por el canto de un pajarillo que interpretaba un tema cuya partitura sólo conocía el músico, podemos aventurarnos a decir que las aves no sólo tienen la habilidad de anticipar catástrofes y cambios de presión atmosférica, sino también pueden jugar con nuestra capacidad de asombro en un ejemplo de coincidencia temporal como la que hoy nos ocupa; dos melodías tan semejantes que nos llevan a pensar que la causa de tal sincronía queda lejos, en una dimensión desconocida.
Mozart compró el pájaro buscando encontrar en el estornino una explicación oculta a la extraña coincidencia. Lo que no sabía Mozart es que lo sorprendente no es, en realidad, tan sorprendente, y que lejos del milagro y de la dimensión desconocida y de otras magufadas, lo verdaderamente sorprendente hubiese sido que estas casualidades, estas sincronicidades -dicho a la manera de Jung- no se hubiesen dado, ya que la música de Mozart es imitación de la misma naturaleza.
El hacha de piedra es una sección donde Montero Glez, con voluntad de prosa, ejerce su asedio particular a la realidad científica para manifestar que ciencia y arte son formas complementarias de conocimiento.
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